
¿Y los doctores qué culpa tienen? Ninguna, pero nosotros tampoco.
Es la segunda vez que me realizaré un hisopado nasofaríngeo en menos de un mes. Un pequeño descuido al que no le encontramos lógica nos tumbó el muro de bioseguridad que con éxito sostuvimos en casa desde marzo. Hoy mi madre, quien todas las noches rezaba por todos los enfermos y muertos de covid-19, lucha por su vida en el hospital del Tórax. No sabemos si la volveremos a ver.
Mi hermano salió positivo también. Está aislado en un 2×4 sin poder salir. Mi esposa y yo seguimos en pruebas. En las rápidas salimos negativos, pero tenemos los síntomas. Los doctores temen que el virus aún esté en desarrollo.
Es 11 de noviembre, vengo por tercera vez al triaje del Centro Cristiano Internacional (CCI), no puedo decir otra cosa más que nos tratan bien. Nosotros, algunos de los pacientes, es que nos solemos portar alterados o malgeniados. El personal de Salud sigue aguantando hasta nuestras malas caras. Pero su juramento hipocrático les mantiene de pie en la guerra, aunque no tengan armas.
Justo allí quería llegar, porque ayer, 10 de noviembre, a muchos no nos tomaron la presión en la preclínica porque se dañó el aparato para hacerlo. Solo me tomaron la temperatura con un termómetro de pulpería y la oxigenación con un oxímetro manual.

Hice todo el procedimiento y me llenaron las fichas, me hice mi segunda prueba rápida y salí de nuevo negativo, pero el médico no se explica y duda. Dos positivos en casa, una madre luchando por vivir y yo negativo.
Parece increíble. Decide hacerme un segundo hisopado, el primero me lo hice el 19 de octubre en el triaje de La Mayangle, también salí negativo. De ese capítulo hablo luego.
Comienzo el proceso para el segundo hisopado, la doctora me ayuda a llenar la solicitud, me hace preguntas, confía en mi palabra para rellenar los renglones de los síntomas. Lo único que no preguntó y lo llenó a lógica común es el espacio de «obesidad». Ella puso que sí. No me di cuenta hasta el siguiente día que tuve la ficha en mis manos. Me estoy partiendo de la risa bajo la mascarilla.
De pronto, ella se detiene y me dice que espere, una microbióloga llega donde ella y le empieza a sacar plática. Al final le dice que, de las 50 pruebas de hisopado, han derramado una. Temo que sea la mía. Levanto una ceja esperando la peor de las respuestas. Ella coge la ficha y me pide que corra a microbiología para tratar de obtener una prueba. Cuando llego me dice la microbióloga: «lo siento, solo tenemos 49 pruebas, usted es el número 50, debe volver mañana».
No muestro enfado, no sé si fue su culpa derramar la prueba, pero la culpa es del gobierno. Solo mandan 50 pruebas al día a los triajes, para un país que reporta más de mil positivos por día. Estoy seguro de que al final el dato de cada noche en la televisión es erróneo.
Salgo de microbiología, la doctora que llenó mi ficha sabía que no llegaría a tiempo o que llegaría a nada, después de todo las pruebas son contadas. «Venga conmigo», me dice, voy a apuntarle en la lista de mañana en el primer renglón para que sea el primero. Yo no rechisto ni celebro. Solo le doy las gracias y me siento mientras se va. Alguien la detiene y alcanzo a escuchar: «no manden más pacientes a laboratorio, se acabaron también las pruebas rápidas».
Al triaje siguen ingresando personas y apenas son las 9:30 de la mañana. Desde este momento, todos pasamos a ser mora clínica del país y sin que los médicos puedan hacer nada. Es una guerra que libran sin armas.
La Mayangle
Es 19 de octubre, mi madre ha pasado la noche anterior por primera vez con sintomatología covid-19. Está internada en el hospital San Felipe por un cuadro de anemia. Los médicos nos han mandado a mi esposa, hermano y a mí a hacernos un hisopado nasofaríngeo. Nos remitieron al triaje de La Mayangle.
Dejé mi carro literalmente en un basurero. Caminé unos metros para ir a la toma de la muestra. En el edificio no hay nadie, solo dos militares que parecen fastidiados de haber soportado una lluvia toda la madrugada. Son las 6:10 de la mañana y buscamos sitio para sentarnos. Estamos bajo una carpa llena de agua, que por ratos nos baña con los acumulados de la lluvia anterior. Más gente está llegando y nos sentamos en unas sillas mohosas de metal para no quedarnos de pie. Para las 6:30 de la mañana no cabe nadie más.

A las 7:01 am aparecen los primeros médicos y el personal de Copeco. La consulta la comienzan a dar a las 8:00 am, subimos, bajamos y volvemos a subir. No nos tomaron pruebas de ningún signo vital. Nos vuelven a mandar al mismo lugar de inicio.
Tomamos las sillas y nos ubicamos por donde menos pestilencia halla. Por nuestros pies pasan riachuelos de agua mal oliente y de background tenemos diez toneles de basura. Por la calle contigua pasan comerciantes, compradores, ladrones, guardias, jornaleros, cargadores, mototaxis y campesinos. Estamos en la boca del mercado Zonal Belén donde muchos otros miles, se juegan la vida de una forma diferente. A todo o nada.
«La Australia, la Australia», grita un hombre buscando pasajeros. Me pierdo entre el llamado y me digo, qué tan lejos quedará esa colonia para llamarse Australia. En efecto, queda en el último cerro de Tegucigalpa o más bien Comayagüela.
De pronto, nos dicen los colaboradores de Salud que los microbiólogos llegarán a las 9:00 am. Faltan 10 minutos para eso. No llegaron y a las 9:15 am nos comenzamos a impacientar. Los de Copeco nos regalan un gel de manos y una mascarilla donada por Taiwán para calmarnos. No ajustó para todos. Muchos están más cabreados que antes. Yo tuve suerte, cogí de las dos.
La esquina derecha de la carpa no puede más y cede. Nos cae una ducha fría sin querer. Nos mojamos todos. El sol comienza a apretar y aquel río de agua sucia comienza a apestar. La humedad grita «allí les voy». Comienzo a contar, somos más de 76 en un espacio en el que no tenemos ni medio metro de distancia el uno del otro. No hay distancia segura en un triaje del que se vanaglorian los mercenarios. Del que no se puede obviar nada.
Son las 10:00 am. Ningún microbiólogo aparece. No nos queda más que esperar.
Trato de irme ya harto. Mi esposa me enchacha. Para eso son las esposas. Me obliga a quedarme.
Un señor que está junto a nosotros no quiso dejar su carro en el basurero y lo tiene a la brava a orilla de calle frente al triaje. Eso ha provocado que desde hace una hora el tráfico allí sea insoportable, intransitable. No pasan ni los cargadores de plátanos y todos están enfadados. El dueño de carro está hablando por teléfono por novena vez en la mañana. No se da cuenta y tiene la pierna cruzada. Me hace pensar que tiene los güevos de plomo y no le importa. Pero es que simplemente no se da cuenta.
Llegan los policías municipales y comienzan a gritar que van a remolcar el carro. Tengo ganas de decirle al señor que vaya a mover su carro, pero tal vez digo, no te metas en lo que no te importa.
Todos estamos tensos dentro y fuera del triaje. Nadie puede moverse dentro y fuera del triaje. Hasta el cobrador se cansó de gritar «La Australia, la Australia».
El señor cuelga la llamada y me dice: ¿Qué pasa allí afuera?
«Van a remolcar ese carro», le digo. Y grita: «¡mi carro!» y sale en veloz carrera a evitarlo. Todos nos reímos por impulso. Al menos ha sido una descarga de la tensión.
A las 10:30 aparecen los microbiólogos. Quizá llegaron antes y el tráfico los tenía atrapados. Pero también pudieron caminar unos metros para llegar antes.
Suben y se preparan para atender. A las 10:48 nos comienzan a tomar las muestras de hisopado nasofaríngeo. Menos de 30 segundos por paciente y a esperar cinco días para los resultados. Así se produce la mora del virus en Honduras.

De vuelta al CCI
Salí negativo de la prueba en La Mayangle. Mi madre salió del hospital y se recupera en casa. Pero esa alegría nos duró poco. Se agravó y regresamos a las clínicas. Los exámenes dicen que salió positiva por covid. Ahora está interna y nosotros de regreso a los triajes. Ahora nos remiten al CCI, porque según la doctora, es mucho mejor. Y en efecto que lo es. Se nota desde el primer momento que llegas.
Las sillas son las de la iglesia. Son acolchonadas y tenemos una distancia de dos metros entre uno y el otro. Hoy es el tercer día que estoy acá y me siguen tratando muy bien. La primera vez que vine me dieron el tratamiento Maíz, pero sin azitromicina, me costaron L517.00 en una farmacia, pero acepto que me han puesto mejor. Tengo la fortuna de poder comprarlas y el que no, pues puede llegar a ser otra estadística más.
Agradezco al personal de Salud por ayudar a conseguir cupos para internar a mi mamá en los hospitales aún y cuando no había disponibles.
Hoy, soy el primero, recuerden que ayer derramaron la prueba 50 y quedé sin cupo. Me citaron para las 7:00 am, llegué a las 6:58 am, y el médico salió a las 7:10 con mi ficha, la de ayer. Me mandó a sentar frente a la clínica 6, donde se hacen el hisopado nasofaríngeo. De pronto, de la sala llamada toma de muestras 1, sale una mujer y pega un rótulo: ¡NOTA! Toma de muestra de hisopado hasta las 9:00 am.

Decido comenzar a escribir. La gente no para de llegar.
Pero el lugar es grande y hay cupo para todos. No hay guerras paralelas como en La Mayangle. Es irónico, porque justo ahora estamos en la plata baja del parqueo del CCI, un lugar reservado los domingos solo para los hermanos más serviciales a la congregación. Lo sé porque mi esposa prefiere venir a esta iglesia los domingos y yo no rechisto porque después de todo me agrada, aunque una vez un pastor pidió una ayuda económica fuerte a quién pudiera, para construir justamente este parqueo. Hoy, nadie se puede estacionar allí, solo estamos un montón de enfermos buscando que nos hagan una prueba de vida.
A las 8:33 de la mañana aparece una microbióloga. Dos minutos después recoge las fichas y no ha vuelto a salir. Una mujer muere de la tos a mis costados y un señor que estaba necio porque no quería llenar la ficha, se queja cada cinco segundos de dolores y el pecho. Justo en este momento son las 9:00 am y suenan celulares. En uno mensajes, en otro Vivaldi. En otros Gokú.
9:01 am, aparecen medios de comunicación, pero al igual que en La Mayangle no informan la realidad de lo que les acabo de contar, para eso solo vale lo que el gobierno les pide a sus directores hay que cubrir.
9:09 am, no nos atienden. Una mujer se enfada y entra a increpar a la microbióloga que nos atienda, pues debe volver al albergue a cuidar de sus hijos. Recién pasó un huracán por Honduras y miles están en refugios tras perderlo todo en inundaciones. La microbióloga dice: «ya lo haré», pero de eso ya pasaron 18 minutos.
La mujer de la tos no soporta más y se levanta a buscar un lugar donde escupir. El señor que se quejaba se ha dormido. Ahora hay siete personas más para el hisopado. No nos atienden. Yo no paro de escribir.
La prueba
Hay una incomodidad innegable en la toma de la muestra del hisopado nasofaríngeo. No es doloroso, no lo logro describir así, sino más como un estornudo que nunca puede producirse, es una sensación de que tenés un enorme moco en la nariz que te va a provocar un estornudo, pero no sucede.

Me incomodó más la segunda vez que la primera, pero no hay dolor alguno ni una sensación de terror como la describen muchos. Aunque me sacó algunas lágrimas por hurgarme no sé qué cosas allí adentro de la nariz, creo que como bien explicó la microbióloga, cada quien tolera el dolor en diferentes grados. Yo soy uno de esos objetos flácidos que se quejan al mínimo detalle.
9:31 am, salí de la prueba. La gente que aguarda celebra que no haya hecho ruidos ni presente muestras de dolor. «Bien salió este hombre», me dijo un hombre. Al menos transmití confianza. Los demás entraron más relajados.
Un día después me dispongo a subir esto a mi blog. Antes de llegar a casa pasamos echando combustible al carro. No sentí el olor de la gasolina. Son señales de un inminente contagio, junto a una tos seca, dolor de cabeza y cuerpo.
Saben, es doloroso ver lo que sucede en Honduras. Un país que destinó más de 2,500 millones de dólares para combatir la pandemia con una promesa de construir 94 hospitales de los que no hay ninguno, apenas y gracias a Dios hay estos triajes en los que los médicos trabajan más con vocación que con herramientas.
Pero prefirieron regalar 48 millones de dólares en comprar chatarra en lo que llaman hospitales móviles, los que yo creo son más bien equipo de guerra. Porque sí, Honduras tiene arsenal completo para defender al gobernante, pero no para el pueblo… porque al pueblo solo lo salva el pueblo, aunque solo de acetaminofén y mascarillas se trate.
Lamento lo mal que está la situación en Honduras y ahora han entrado los huracanes para empeorar la situación de mi tierra. He dejado de creer en milagros desde que no veo la situación mejora en Honduras. somos gente luchadora y paciente, quizás demasiado paciente, pero es que el pobre tiene pocas opciones. Animo mi gente y que salgamos bien de esta pandèmia, Espero que al final todos tus familiares hayan salido bien de las pruebas y tu madre se recupere pronto
un abrazo estimado, gracias por comentar el blog