No es la primera vez que cansaré a más de alguno con este tema, pero mi sueño era ser médico. De hecho, mi amigo Juan Manuel no me llama por mi nombre, si no toda la vida «doctor». Y es que sí, yo soñaba ser médico y terminé siendo periodista.
Pero esta historia más que de mis sueños rotos, va más de la increíble experiencia que viví hace un tiempo en el hospital del Instituto Hondureño de Seguridad Social de La Granja, en Tegucigalpa, detrás de un grupo de internos de cirugía.
Es que la vida es caprichosa porque ese día sentí que era parte de ellos. Aunque obviamente no lo fui. Simplemente el destino y mis anhelos me colocaron ese día allí, en la ronda del médico titular con sus «pollitos».
Estaba yo allí entre enfermos de emergencia, pacientes de accidentes, fracturados y otros que esperaban atención o exámenes cuando de pronto, este grupo de estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, en su mayoría, y de la Universidad Católica de Honduras, me dejaron entre ellos sin darse cuenta.
Claro, entre las atenciones múltiples, la falta de todo y turnos de más de 36 horas, no te das ni cuenta de quién está a tu lado y menos cuando baja desde el Olimpo, «don Doctor», para saber qué no hiciste bien, aunque lo hayas hecho bien, para rectificarte, por escribirlo de una forma hermosa.
En Honduras los estudiantes de la carrera de medicina deben estudiar en promedio ocho años para poder obtener el título de doctor en Medicina y Cirugía, por lo general, los primeros cuatro años de forma teórica y de allí en adelante pasan a las pruebas que los certifican como médicos con sus etapas de residentes e internos.
Sin duda para muchos un privilegio, pero también un enorme sacrificio que no siempre es recompensado como debería de ser, aunque también hay que decir que a muchos médicos les va bien en la vida, pero es porque nunca dejan de estudiar y se especializan más allá de esos ocho años. En fin, es una carrera muy dura.
Yo no la pude hacer por cuestiones meramente económicas y aunque busqué financistas, los dos que estaban dispuestos a hacerlo, pues la carrera te requiere a tiempo completo, me pedían precios muy altos de pagar. El primero financista me pidió a cambio que dejara de ver a mi madre para siempre. Obvio no acepté. El segundo me dijo que me prestaba la plata a cambio del 50 por ciento de todos mis ingresos durante 15 años después de obtener el título. Tampoco acepté.
Cuando se lo planteé a quienes me ayudaron a ser quien soy, me dijeron que trabajara los primeros cuatro años y guardara dinero para los siguientes cuatro. La idea no era mala, pero la situación real de mi vida no permitía ahorrar a futuro pues debían resolver problemas de subsistencia de forma inmediata. Y… ¡sí, terminé siendo periodista!
En fin, volviendo a ese día en el que la quedé en medio de la ronda de estos médicos, que luego se movieron pero yo me quedé donde estaba y ya solo le sacaba fotos… y les prometo que por mi mente pasaba este audio… (dale play)

De pronto «don Doctor» empezó a regañar [corregir], sin gritar ni alterarse, a una de las residentes porque había llenado con información inexacta el expediente o caso de un paciente, al tiempo que básicamente le dijo que «la vida de una persona se acaba de salvar de milagro». Sin embargo, pese a que el hombre de uniforme azul marino no perdía la cordura, sí estaba siendo muy enérgico en la lección.
Yo me sentí un alumno más en ese momento. Y aunque claramente no tengo ni el 1 por ciento de conocimiento en ciencias médicas de lo que todos esos muchachos tenían en ese momento, pude entender algunas cuestiones y términos sin problema, pues uno de mis pasatiempos es leer libros y artículos sobre anatomía y avances médicos y científicos.
Y sí, dirán… «qué mamón, se las quiere tirar de inteligente». Y la verdad no soy inteligente, sino curioso y eso me lleva a estar leyendo cosas que generalmente me apasionan y sin duda que la medicina y las ciencias médicas son una de ellas.
Ya puesto a ser periodista, me pregunté si debía enfocarme en temas o fuentes de la salud para los medios que trabajé. Esto con el fin de estar de cerca con las áreas médicas, pero lastimosamente desistí rápido porque mi expectativa era hablar de medicina con los médicos hondureños, pero los medios en Honduras se enfocan solamente en los problemas administrativos de los hospitales y autoridades de salud, así que básicamente esa mierda no me interesaba mucho.
Quizá por eso terminé mucho tiempo en deportes, porque las agendas de prensa general de los medios se enfocan más en defender intereses que en contar historias realmente de valor, contrario a otras profesiones donde lo primero es el usuario, paciente o persona y después el cliente, aunque en el fondo se trate de los mismo.
«Don Doctor» siguió avanzando entre los ojos llorosos de la interna. Pero no lloró, se contuvo. Los médicos deben también aprender a no llorar. Una recomendación buena es que no se tomen nada a personal y que tampoco se involucren emocionalmente para no comprometer las praxis.
Qué loco, todo lo contrario pasa en el periodismo arrabalero donde el comunicador pretende ser juez y parte de lo que está sucediendo.
Apenas y se adelantaron unos pasos, los suficientes para que yo siguiera en mi lugar y aun los pudiera escuchar. Al lado de la marabunta médica estaba un hombre que desde hacía cuatro horas esperaba le ayudaran con una enorme úlcera en su pie izquierdo. Eso parecía que iba a estallar en cualquier momento. El hombre intentó que «don Doctor» lo mirara, pero este estaba concentrado en la ronda y nada más.
De pronto reparé en lo difícil que es para los estudiantes de medicina de una universidad en particular enfrentarse a la mayoría de otra. Uno de estos estudiantes era de la Católica y casualmente estaba siempre atrás de todos. Estaba al final de la fila, el último eslabón de la cadena, la carnada y hasta el conserje de los demás. Lo comprobé porque apenas y pudo hablar cuando «don Doctor» le preguntó algo y luego de que este se fuera, los demás le mandaron de compras por la cena.
Lo sé, en periodismo a esto le decimos el «pollo» y a mí me tocó ser ese pollo en mis inicios. Yo fui por café, yo fui por cigarros, yo hice las coberturas que ya nadie quería hacer, los turnos que todos rechazaban. Pero quién soy yo para meterme en eso, después de todo ni siquiera puedo ser parte de esa cadena.
Tengo muchos primos y familiares que se ligaron a las ciencias médicas. Cirujanos, pediatras, químicos farmacéuticos y enfermeros, quizá por allí venga ese deseo no cumplido. Mi abuela Tita, Angelita Durón, fue parte de esa vieja guardia del personal médico de Tegucigalpa y puede que ese sea el génesis.
Pero periodistas ninguno y entonces la pregunta es… ¿por qué terminaste siendo periodista? Bueno, por accidente. Me matriculé en la carrera de periodismo esperando pasar las clases generales y aun con la indecisión de qué estudiar. Dos chicas cercanas a mí, en ese momento, estaban estudiando medicina y abandonaron. La primera se cambió a enfermería y la segunda se fue a periodismo conmigo. Yo les decía que «la puta vida era realmente injusta» y ellas me decían que «nada estaba en control nuestro».
Entonces, trabajaba yo haciendo mapas y alimentando datos para un proyecto político cuando un buen compañero y amigo llamado Rony López me ubicó en La Tribuna como diagramador de las páginas del diario. De allí salté a la redacción de deportes y sin haber llevado aun las clases de la Escuela de Periodismo pues ya estaba metido en el periodismo.
Entendí que no podía darme el lujo de rechazar nada de lo que se me estaba presentando, que aunque no era mi plan ideal tampoco estaba en condiciones de hacerme el difícil porque había gente que mantener, una madre y hermano por quién luchar y porque los que venimos desde abajo siempre nos tenemos que ganar todo a pulso. Decidí entonces quedarme en periodismo y empecé a desbloquear los créditos académicos de la carrera, abandonando para siempre mi sueño de ser médico.
Asumí mi papel de periodista con honor y profesionalismo y sentí orgullo de lo que hice por el gremio y el oficio formando más de 40 periodistas a lo largo de mi carrera en salas de redacción, sí, así como «don Doctor» yo también era «don periodista», pero debo decir que ese orgullo por el periodismo se desvaneció entre conflictos de intereses de los medios, la mediocridad del gremio y una encrucijada de situaciones que van desde lo más romántico hasta lo absurdo.
No negaré que el «periodismo es una de las profesiones más bellas del mundo», como dijo Gabo, pero lastimosamente esa motivación se estrella muchas veces con otras realidades.
Entonces «don Doctor» terminó la ronda y les dijo: «Me voy, estaré arriba. No me busquen, no me llamen salvo que sea necesario en extremo. La responsabilidad queda en sus manos doctores, nos vemos en la siguiente ronda», y entonces se marchó.
Y yo en mis adentros: «Sí doctor».
También es curioso ahora que lo pienso, los periodistas casi nunca nos reconocemos nuestros logros académicos, claro, es porque 9 de cada 10 periodistas no son periodistas sino gente tuvo menos chances que yo para estudiar (aunque yo me la casqué para terminar ¡eh!, incluso yendo a pie en la noche a la universidad) la carrera de sus sueños.
Es muy raro escuchar a un periodista decirle a otro; «Periodista Rodríguez», o, «Periodista Amador», salvo las excepciones de respeto para tus jefes como «licenciado», pero el resto del tiempo el mismo periodista te dice: «No me digás licenciado, decime Juan, Pedro, o cual sea tu nombre».
En cambio en otras profesiones se respetan ese reconocimiento: «doctor Rodríguez, ¿cómo está usted?», y la probable respuesta es: «doctor Amador, muy bien, gusto en verle». Igual con los abogados; «abogado Rodríguez me permite una consulta por favor», «con mucho gusto abogado Amador, pero recuerde que toda consulta requiere honorarios profesionales»… sí, ya sé acomodé el chiste a la fuerza. 🥲
Y puedo seguir así entre ingenieros, arquitectos, el magisterio y otras profesiones que reconocen sus esfuerzos.
Entonces apareció un guardia de seguridad para hacer su trabajo y me sacó de la sala de emergencias, me dijo que esperara a mi paciente en la sala de espera mientras los internos hacían lo suyo. Yo no la hice de pedo y me salí al menos con una pequeña experiencia del sueño que no pude cumplir. Y esa noche me sentí feliz.